lunes, 25 de octubre de 2010

EN SALAMANCA HAY COSAS QUE SON CARAS...




...y otras que no tienen precio


sábado, 2 de octubre de 2010

(RAZONES PARA) CRECER

Mateo llegaba todos los septiembres. Venía a llenarnos de un calor ficticio, que, por más que lo intentaba, nunca se acercaba ni remotamente al de agosto. Pero en la intimidad secreta de lo que nunca se confiesa, todos envidiábamos lo efímero de su existencia, y, por eso, era alguien a quien admirábamos sin condición.

Desde abajo (dulce ingenuidad adolescente) contemplaba asombrada lo gigante que para mí era Mateo por aquel entonces, y, osada, imaginaba cómo serían sus noches. Soñaba, a escondidas, con acariciar sus hombros bronceados, con hacer mío aquel carácter caduco que lo caracterizaba. Lo inestable es atracitvo, no es ningún secreto.

Y no era yo la única que no dormía por las noches. Todas las chicas del barrio temblaban cuando Mateo se dirigía a ellas. Por muy insignificante que fuera el motivo del acercamiento, el efecto embriagador de sus palabras era tan evidente como instantáneo.

Mateo no vivía como todos los demás. No madrugaba ni siquiera a finales de aquellos septiembres suyos, cuando todos dejábamos atrás el sueño (casi siempre inconcluso) del verano, para aterrizar de nuevo en la rutina otoñal. Mateo hacía lo que quería y sólo lo que quería. No se vendía. Era auténtico. Lo mejor, lo único que se podía desear era su vida. O sus hombros (cuestión de gustos, esto último).

Un septiembre, de repente, no apareció. Y nunca más lo volví a ver. Hasta que, la semana pasada, me lo crucé en una ciudad distinta a aquella en la que solíamos coincidir. Casi no hablamos, mantuvimos una de esas conversaciones de cortesía que cada vez pesan más, hasta que se convierten en insostenibles.


Mateo, de tanto no venderse, ha acabado por estar de saldo. De tanto no madrugar, se ha impregnado de un cierto carácter trasnochado. Sus hombros, otrora rotundos, han adquirido un aire de humillación indefinido que hace que se ruboricen al caminar de la misma manera que su presencia ruborizaba a las chicas del barrio no tantos años antes.


Qué pena lo de Mateo.


Yo, por mi parte, mañana (menos mal) madrugo.