domingo, 24 de enero de 2010

MI MEJOR MANERA

No me gustan las dependencias, ni las trampas, ni las impunidades morales. Odio los discursos exculpantes, los refugios falácicos, la filosofía barata de sábado por la noche. Me repatean los tontos, y mucho más los listos que se creen con algún tipo de derecho extra en base a su supremacía de ciencia ficción.

Adoro esa sinceridad tan poco atractiva a veces, pero tan entrañable y justa, de después de un mal polvo; la abolición de expectativas a golpe de carcajada. Me encantan las sábanas que son sólo sábanas, las camas que no son tumbas, la imperfección del sexo porque sí; los besos en la mejilla cuando no hacen falta en la boca, leer el parentésis del te quiero (follar); fingir los orgasmos sólo con quien los merece, usar el placer como excusa para dejar cicatrices, gritar cuando no hay nada mejor que oír.

No me importa quién no está en mi vida, las fechas rodeadas en los calendarios, los actos sociales de abolengo de postín. Me traen sin cuidado los fallos ajenos, incluso ignoro los míos por costumbre. Dudo del privilegio de ser de algún sitio, de hacer lo que haces, de ser Fulanito de Tal. A quien se queda sólo en palabras, sin acritud, pero sin medias tintas, lo desprecio; igual que a todos los que me hicieron daño gratuitamente y a mí misma, por haber hecho lo mismo, si lo hice alguna vez. Encuentro casi tan inútil perdonar como pedir perdón, por eso no perdono y sólo olvido, y cuando me disculpo, es por educación.

Lo que menos me gusta del mundo son los vendemotos.

Lo que más, pisar este suelo de mierda, mediocre, estéril, gastado, concluso, tan poco atrevido, tan falto de todo… pero mío.

Tú, darling, me das igual.

sábado, 23 de enero de 2010

PEQUEÑOS GRANDES PLACERES

Baillando. Asina empecipió Pablo Moro la so nueche, abrazáu a la guitarra al son de la banda sonora d’ ”El último vals”, garrándola como si fuere una novia primeriza, como si tuviere prometiendo-y – prometiéndonos - dalgo qu’entovía naide nun sabía lo que yera exautamente.


[...]y, cuando paecía que “Vodka y caramelos” iba ser la arrancaera, torna l’uvieín a camudanos los planes, y remata cola preba definitiva del so perfeutu entendimientu col respetable. Cantamos coles lluces prendíes toos xuntos, como un coriquín de guah.es na fiesta fin de cursu, “Quédate”.


Y queda una con ganes d’eso mesmu. De quedase.

sábado, 9 de enero de 2010

DEMONIOS

La nieve aquí no es circunstancial. Aquí nacemos con la nive, con el asueto de la nevada del año adosado a algún núcleo vestibular importante. Y es una unión indisoluble, característica, nuestra.

Estos días, que son una concesión magnánime de algún dios pagano al que rendimos culto por una mera cuestión territorial, son distintos al resto. La vida es de otro color. Deslumbra. Subraya las estupideces en blanco nuclear y nos envuelve en un halo que tiene algo de redentorio. Expiamos los pecados al sacudirnos las botas contra la pared antes de entrar en casa. Es un ritual, un hábito, una necesidad espiritual sin la que no concebimos la rutina anual.

Los días de nieve son muchísimo más largos, pero eso es algo implícito, nadie se extraña de que sea así. Comemos más. Pensamos más. Y yo, y esto ya es algo personal, me río muchísimo más. Resbalo.

Hoy, que es uno de esos días, me perdono. Me hago cargo de que mis problemas son siempre fruto de un aferramiento excesivo, que tiene su origen, probablemente, en el miedo desmedido que siempre he tenido a patinar en el hielo y caerme de culo. Lo comprendo, no sin cierto orgullo. Crezco. Asumo que todo resbala, que hay que dejarlo resbalar, que hay que dejarse resbalar. Lo afirmo.

Y, segura, conclusa, resuelta, decidida a dejar patente mi convencimiento; como muestra de la consecuencia más absoluta, me subo al trineo verde, y me dejo caer pendiente abajo. Sin hacer nada más que resbalar. Sólo resbalando.

Y, cuando llego abajo, soy más feliz.

viernes, 1 de enero de 2010

GE PUNTO (Y NO VICEVERSA)

Realmente, cada vez estoy más convencida de que uno se enreda en lo que quiere enredarse, cuando necesita enredarse y por lo que sea que necesite enredarse. Enredarse en algo/ en alguien/ con alguien es como el que se compra un piso. Llega un momento en que se lo pide el cuerpo, la situación o su madre que le da la charla; y poco importa si se lo puede permitir o no. Las necesidades, aunque sean circunstanciales, no se controlan; mucho menos la serotonina.

El caso. Que Chica conoce a Chico y a Chica le tiemblan las piernas como nunca le habían temblado es sus... digamos más de tres y menos de treinta y tres años. Un poco tarde, en cualquier caso,para un enredo de mariposas revoloteantes por el estómago (las alas casi siempre son un problema, porque al rozar hacen cosquillas, molestan... qué sé yo). Bien, tenemos nudo, tenemos historia.

Tan cierto es que Chico no es muy accesible por circunstancias sentimentales propias, como que dichas circunstancias son variables, y no menos verídico que la presencia de Chica potencia su variabilidad. Resumiendo, que hay tocamientos, hay acariciaciones (no confundir con caricias) y otros jijís jajás varios.

Chica interpreta dicha situación, para otros (como yo) tan de euforia, como un castigo divino y, anteponiendo el hecho de que desayunar en la cama a veces supone que las sábanas se llenen de manchas que luego no salen bien, presupone: uno, que la situación es inamovible, inmodificable y adversa de todas todas; dos, que no tiene edad para semejante tontería; y tres, que ahora mismo no se puede permitir otra historia sin final feliz. Concluido esto, invalida sus nada férreas convicciones y urga en su propia herida (para mí imaginaria, en todo caso autoinferida), se flagela públicamente y sucumbe a la tentación de saber de Chico, preguntar por él y andar por el mundo con esa sed de información vanal que se tiene cuando... cuando se tiene.

Si antes dije que teníamos historia, en realidad debí haber dicho que no la teníamos. Lo siento. A veces yo también miento. No tenemos historia porque Chica considera oportuno esquivarla. Evadir la vida propia para no estropearla... ¿será verdad que es generacional? Qué cosas.

Si yo fuera o fuese Chica, teniendo más de tres y menos de treinta y tres años, aprovecharía las mariposas para caminar por la calle riéndome sola (¿por qué desaprovechar las alas?), intentaría favorecer la variabilidad sentimental mencionada en párrafos suprayacentes o, simplemente, me acurrucaría en la dulzura infinita de ser la otra, la emoción pequeña del qué va a pasar esta noche. Si se me doblaran o doblasen las rodillas, lo utilizaría para coger impulso, para saltar, subir, ser yo, vivir la vida que es mía.

Yo me enredaría. Yo me enredo. Me enredo aunque tampoco me lo puedo permitir, aunque sepa que voy a perder. Y no escarmiento, porque no tiene sentido. Porque enredarse es como el que se compra un piso, que llega un momento en que se lo pide el cuerpo, la situación o su madre que le da la charla.
Poco o nada importa lo que hayas aprendido antes, porque, si tu mente funciona lo suficientemente bien como para recordarlo, tus ganas de vivir tu vida que es tuya hacen, siempre, que se te olvide.

Qué maravilla.