miércoles, 18 de mayo de 2011

Moñitos, escotes, asteriscos y malibú con piña.

Hace hoy exactamente nueve años fue el mejor día de mi vida. Qué cosas. Eso pensé entonces y hoy, quién lo diría, me doy la razón.

Hace hoy nueve años, 18 de mayo de 2002, eran las fiestas del sitio por donde solíamos salir. Hacía calor y yo llevaba escote y moñitos. Bebía, entonces, malibú con piña y me sentaba en el bordillo de delante del banco en el paseo del río. Salíamos tan temprano de casa que cuando empezábamos a beber todavía era de día, pero había prisa... demasiadas cosas que vivir desde las 8 hasta las 2 (toque de queda). Revivo la imagen en mi memoria y me sorprende lo estándar que es vista desde la distancia, en contraste con lo especial que me pareció aquel día todo. Quinceañeras con escote y moñitos bebiendo sentadas en el bordillo... Y chico que se me acerca, se acuclilla delante de mí en el bordillo y yo, inocente de mí, que todavía no sé que juego con el malibú, los moñitos y el escote, todo mezclado y a favor.

Sigo preguntándome qué hubiera pasado aquel día si yo hubiera jugado mis cartas, que eran, sin duda, mejores que el farol que se tiró el destino, aunque sé que conozco la respuesta. Y es que, a veces, mejor que ganar, es dejar pasar una victoria a medias. Si no mejor, al menos más elegante. Sólo hubiera sido los moñitos con escote de esa noche y no era lo que yo quería; aunque, en honor a la verdad, confieso que entonces hubiera sido más que suficiente.

Y es que el chico en cuestión que, cegado por el escote o los moñitos (o el malibú), se acuclilló delante de mí aquella noche en el río para cogerme la mano y dejarme sin respiración, era el centro de mi existencia por aquel entonces. Me pudo la presión, eso está claro. Él era un chico para idolatrar, existía para que yo escribiera su nombre en el margen inferior de la primera hoja de cada examen que hice desde segundo de ESO hasta segundo de Bachiller, para después tacharlo con un asterisco y rodearlo. Era mi chico amuleto, mi fetiche, mi Annie Hall, mi Gioconda, mi Wendy... No era un chico para besar entonces. No aquella noche.

De cualquier modo, aquella sensación de triunfo absoluto que me produjo el mero hecho de que se arrodillara a mi lado y me cogiera de la mano para darme aquellos besos castos y deliciosos en las mejillas, me produjo un sentimiento que nunca he vuelto a tener; y, lo más importante, una plenitud evocable como ninguna otra.

Después de aquello vinieron más chicos, más malibús con piña y más besos y mejores. Pero nada como que el chico asterisco de una se le arrodille delante, nada como haberle ganado una batalla pequeñita a la utopía.

Mañana tengo un examen. No dibujaré un asterisco en la primera página.


Pero me acordaré.