sábado, 23 de abril de 2011

Y SIN EMBARGO

Cuando todo daba igual, todo era más importante.

Luego llegó este tinte invasor de una madurez fingida, que le dio a nuestra mitología personal un aura de irrelevancia que la apagó, la hizo insignificante a ojos de todos, y, lo que es peor, también a los nuestros.

Ya no huele a hierba cuando me asomo en junio a la ventana. No pica en el estómago el qué va a pasar esta noche. Acomodada, eso sí, en el cálido hueco que me deja la nostalgia del recuerdo de lo que fue, de aquello que no era nada; respiro envejecida el aire conformista del consuelo, mastico una satisfacción escueta que se me hace una bola en la boca. No la trago. Reitero mi derecho al romanticismo, pero se queda todo en puro trámite. Doy las gracias, educada.

Sin embargo, ante la perspectiva excitante de encender la cerilla que quemará, por fin, mis naves; me acojono. Demasiado buen calor de estufa estable, demasiado blandas las suturas, demasiadas reticencias, demasiados prejuicios absurdos sobre qué debe ser la vida. Sólo algún destello rebelde, como éste, me recuerda las ganas de gritar. Demasiado pocas.

Volverán los veranos y las fiestas, y esperaré, estoica, a que llegue el invierno. Entonces me regocijaré en mi cobijo de amor y manta, y celebraré, calentita, no estar bajo la lluvia. Y moriré, en el fondo, de ganas de empaparme.

sábado, 2 de abril de 2011

LA (CARA OCULTA DE LA) ALEGRÍA

Necesito un libro de Manuel Rivas, un día de sol, una tarde conmigo, un videoclub vacío, volver a escribir, pecar de ingenua, perder con ganas, vomitar, escaparme sin cómplices, esconderme desnuda en un escaparate, tener miedo, un agujero, un solsticio que acabe definitivamente con este equinoccio interminable, un final razonable, Amélie, una rutina sostenible, gusanitos, que no duela... que vuelva a doler.

La yo feliz me echa de menos.