jueves, 29 de abril de 2010

HELSINKIIN, HELSINGINSSÄ, HELSINGISTÄ

A Helsinki no le importa madrugar tanto. Se levanta con cara de indiferencia, gris hoy, azul cínico otros días. Cansada de ser ella misma, como si aquí y ayer ningún hombre hubiera besado a la mujer de su vida, despliega sus calles desde (y nunca hacia) el mar. Helsinki es un retorno, nunca una huída. No se puede huir en Helsinki, ni de Helsinki. Estás aquí, y no puedes estar en otro sitio. Cuando intentas darte una vuelta mental por tu vida anterior, Helsinki te mira de reojo con un reproche que aniquila cualquier sensación de pertenencia a ningún sitio que no sea ella misma. Es celosa, pero distante.

Se necesita tiempo para enamorarse de Helsinki, pero una vez que caes en sus redes es difícil olvidar su atractivo oscuro. El viento de Helsinki huele a Helsinki. Y ningún otro sitio del mundo huele igual. Helsinki está oculta casi siempre por una cuestión meteorológica, pero es difícil verla aun cuando se le ha borrado el último rastro de nieve. Eso ella te lo regala. Y es ése su encanto más sincero. No se puede pensar en Helsinki como en una foto. Helsinki está viva, respira. Y eso es difícil de plasmar en las camisetas descoloridas de las tiendas de souvenirs.

A Helsinki, hay que vivirla.


O, a lo mejor, sólo es que me acordé de que habías pisado este suelo.




TERVETULOA




viernes, 23 de abril de 2010

PURPURINA

A M.

La mujer extraña de ojos claros se ata el pelo con una goma con plumas y purpurina, pasada de moda, y, sin embargo, nunca en distonía con el paisaje que se adivina a través de la puerta transparente del ascensor.
Llega, saluda desganada mientras unta la mantequilla salada en el pan marrón y le da un mordisco, sin saber que para él, sentado en la última silla del final de la mesa grande, todo el atractivo del mundo se ha concentrado en ese gesto suyo. Cuando termina de comer, se levanta, enjuaga la taza y regresa con ganas al trabajo. No porque éste le resulte especialmente complaciente, ni siquiera divertido ni llevadero. No le gusta, pero la aleja.

Es inteligente la mujer extraña de ojos claros. Es inteligente y poseedora de una de esas bellezas que intimidan. Es el tipo mujer que todo hombre desea en secreto, el tipo de mujer que convierte en atractivo lo cotidiano. Pero ha perdido. Y está perdida. Y lo sabe.
Reza en secreto para que le alarguen la jornada, para no tener que volver a una vida que no ha buscado, pero que es la suya. Trata de sonreír cuando les habla de sus hijos a sus compañeras de trabajo. Se odia cuando no puede hacerlo. Se odia cuando lo hace.
No sabía que esto fuera a ser así, ella que es todo inteligencia y ojos claros, enormes; y, sin embargo, es. Y es tan difícil, tan raro, no tener motivos para sentirse así y no poder remediarlo de ninguna manera conocida.

Su cabello, castaño, es fino. Y, cuando se levanta de buscar un zapato perdido debajo de alguna cama, se da cuenta de que ya no lleva la goma. "Shit!" piensa, y vuelve a la sala de descanso a buscar algo con que recogerse el pelo.

Entonces, lo ve. Y, por primera vez, se miran.

lunes, 12 de abril de 2010

REGALOS

La búsqueda del aplauso desvirtúa el acto artístico. Yo, que no me considero artista, contemplo estupefacta cómo otros (que, obvio es, sí se lo consideran) buscan desesperados que Fulano o Mengano, mucho menos artistas aún, levanten el pulgar conmovidos ante su última creación.

“¿Qué buscas con tus canciones?” pregunta el periodista de turno al grupo cool del momento. “Llegar a la gente” contesta un tipo que luce unas gafas de sol inversamente proporcionales en modo cuantitativo al número de neuronas que quedan sin impregnársele en farlopa.

Menos mal que quedan genios anónimos, que no se han olvidado de que el arte no es más que una posesión, la última, tal vez, de esta degeneración que tenemos por género.

Menos mal que todavía hay quien regala esto:

Salí por la mañana a buscar comida
con ese sol frío de Abril, muerto de hambre
y casi saciado de ti.

Me saludó tu calle
con el rumor de los días que casi no vienen en el calendario
y conté las palabras hasta el café
donde compré unos donuts
y un poco más allá el periódico, pasando el cine Doré
y calles donde la sombra
aún recordaba el invierno.

Cuando llegué a tu portal
me di cuenta de que tus llaves y mis llaves
se me habían mezclado en el bolsillo
y se me escapó una sonrisa de las que cuesta años
o una vida entera arrancar,

con ella entré en tu habitación
mientras levantabas la cabeza medio dormida
y te estirabas bostezando, tan dulce
que se me quisieron escapar los ojos
para besarse con tus párpados

y entonces saciamos el hambre en la cama
y me hubiesen vuelto las ganas de ti
si se hubiesen ido alguna vez del todo
y no sé qué hicimos del tiempo
pero se nos hizo tarde en un abrazo.


Cuando volví a salir a la calle,
contigo esta vez,
se había hecho de noche
aunque la vida se había dejado el día enganchado
justo en el milímetro que separó nuestros cuerpos
por un instante
justo en el espacio que confunde la carne
con la memoria
justo ahí donde termina un hoy
y echa a andar un parasiempre.

G. Cabanas