lunes, 12 de abril de 2010

REGALOS

La búsqueda del aplauso desvirtúa el acto artístico. Yo, que no me considero artista, contemplo estupefacta cómo otros (que, obvio es, sí se lo consideran) buscan desesperados que Fulano o Mengano, mucho menos artistas aún, levanten el pulgar conmovidos ante su última creación.

“¿Qué buscas con tus canciones?” pregunta el periodista de turno al grupo cool del momento. “Llegar a la gente” contesta un tipo que luce unas gafas de sol inversamente proporcionales en modo cuantitativo al número de neuronas que quedan sin impregnársele en farlopa.

Menos mal que quedan genios anónimos, que no se han olvidado de que el arte no es más que una posesión, la última, tal vez, de esta degeneración que tenemos por género.

Menos mal que todavía hay quien regala esto:

Salí por la mañana a buscar comida
con ese sol frío de Abril, muerto de hambre
y casi saciado de ti.

Me saludó tu calle
con el rumor de los días que casi no vienen en el calendario
y conté las palabras hasta el café
donde compré unos donuts
y un poco más allá el periódico, pasando el cine Doré
y calles donde la sombra
aún recordaba el invierno.

Cuando llegué a tu portal
me di cuenta de que tus llaves y mis llaves
se me habían mezclado en el bolsillo
y se me escapó una sonrisa de las que cuesta años
o una vida entera arrancar,

con ella entré en tu habitación
mientras levantabas la cabeza medio dormida
y te estirabas bostezando, tan dulce
que se me quisieron escapar los ojos
para besarse con tus párpados

y entonces saciamos el hambre en la cama
y me hubiesen vuelto las ganas de ti
si se hubiesen ido alguna vez del todo
y no sé qué hicimos del tiempo
pero se nos hizo tarde en un abrazo.


Cuando volví a salir a la calle,
contigo esta vez,
se había hecho de noche
aunque la vida se había dejado el día enganchado
justo en el milímetro que separó nuestros cuerpos
por un instante
justo en el espacio que confunde la carne
con la memoria
justo ahí donde termina un hoy
y echa a andar un parasiempre.

G. Cabanas

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