martes, 22 de mayo de 2012

EFECTO 2000

Año 2000. Me (re)veo tumbada en aquella habitación llena de posters. Septiembre empieza y yo, adolescente traumática donde las haya, me recreo con gusto en la melancolía propia del final del primer verano intenso de mi vida.
Los libros nuevos, recién forrados, se apilan en la estantería en la que un par de años y veinte sobresalientes después conseguiré que haya, por fin, la ansiada tele. Me acuerdo de una libreta morada con una mariquita naranja, de aquellas que Ágatha Ruiz de la Prada nos vendía a precio de oro. Esa libreta, que después fue injustamente relegada a la oscura tarea de la teoría de la Educación Física, es abierta por primera vez en esta noche calurosa de septiembre de 2000. Escribo desesperada y patéticamente cómo mi vida ha tocado techo durante todos los acontecimientos, irrelevantes de puro previsibles, que han ocurrido en los dos últimos meses. Ronan Keating suena en una radio vieja, heredada de mi abuelo, que hay sobre la mesita y canta "Life is a rollercoaster", canción que por aquel entonces me pasa totalmente desapercibida y que hoy, doce (¡doce!) años después es para mí un icono sonoro del comienzo de mi adolescencia.
La ventana está abierta porque quiero eliminar el olor a tabaco, pero no lo consigo. No corre una gota de aire. Oigo de lejos a Sardá en la tele, hablando con Antonio David y Cárdenas. En el suelo "La conjura de los necios" de Toole inaugura una nueva época literaria para mí, pero eso yo todavía no lo sé, y sigo desangrándome en el papel reciclado. Escribo con muchísima fuerza, como casi nunca, escribo sobre lo que ha pasado, pero nunca hacia atrás. Sólo desde atrás, pero siempre hacia adelante. Es curioso cómo, releyendo lo escrito, interpreto que todas las cosas nuevas y maravillosas que me han pasado son un presagio del futuro. La vida está delante de mí en esta noche de septiembre. Lo malo ya ha pasado. Sólo queda, ahora, disfrutar de todo lo nuevo, de todas las emociones que me ponen los pelos de punta, las mariposas se quedarán para siempre en el estómago, nunca habrá nada que temer, porque algo intrépido y sentimentalmente estupendo me esperará a la vuelta de todas las esquinas...


Me pregunto qué habría pasado si hubiera sabido cómo iba a ser mi vida en aquella noche de septiembre de 2000, aquella noche en la que apoyé la libreta morada con la mariquita naranja y salí a la ventana a fumarme el segundo cigarro, desistiendo absolutamente de mi intento de no dejar pistas sobre mi incipiente tabaquismo, aquella noche en la que miré, entre el humo de aquellos primeros Marlboros, el cartel que ponía Luarca - A Coruña como si nunca lo hubiera visto.

¿Hubiera sonreído o hubiera echado a correr?

Por supuesto, sé cuál es la respuesta.