domingo, 27 de septiembre de 2009

GOTAS

Es como cuando caminas
y empiezan a caer las primeras
gotas,
tan
espaciadas,
que no sabes si son de verdad.

Pero
siempre
acaba lloviendo.

Sé que va a pasar.

La vida es cíclica,
y nosotros no somos
distintos.

domingo, 13 de septiembre de 2009

VOLVER

Esta euforia de bolsillo salvándome la vida casi siempre. La sombra de la sombra cayéndose al vacío. Ay, corazón, te me olvidabas otra vez. No volver para no contarlo, para no extrañarlo, para no serlo. Arrancarte lo quemado, contar con los dedos los restos para que sean dedos y no nudos. Perderte delante. Ay, corazón, otra vez te me olvidabas. Este riesgo tan seguro de correr. La duda certera de lo efímero de ti. Temblar de valor. Los clavos en llamas de debajo del jersey. Te me olvidabas otra vez, corazón. Mojar los labios en tinta para escribirte los besos. Otra vez, corazón, te me olvidabas. Mentir te quieros para poder desnudarte despacio. Nadar para acabar ahogados en el mar de Tetis. No te me olvidas, corazón, no te me olvidas.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

TENGO UNA MUSA, UN MUSA, UN ¿MUSO?


La musa, el musa, el muso se caracteriza, no sé si les pasa a todos los individuos de su especie, por lo efímero de sus apariciones (“fue tan corto que dura todavía”), por esa profundidad suya tan estrictamente léxica (“quien fuera el batiscafo de tu abismo”). La musa, el musa, el muso lo quiere todo (“todo lo que de vos quisiera es tan poco en el fondo, porque en el fondo es todo”) pero, en realidad, no quiere nada (“yo sólo quiero ser para ti un error, un agujero”); es incondicional (“si alguna vez la vida te maltrata, acuérdate de mí, que no puede cansarse de esperar aquel que no se cansa de mirarte”), y, sobre todo, es la musa, el musa, el muso mismo, acepta su propio yo, aun a pesar de su ambigüedad existencial (“queriéndote tal como te quiero, haciendo lo que puedo, ya lo sabes”). Tiene ansias homicidas para conmigo (“quise matarte, aun sabiendo que así me moriría yo sólo”), pero no puede vivir sin mis ganas para consigo (“y que el odio es tan sólo el deseo de verte”). Es difícil para mí sintetizar el recuerdo de la musa, el musa, el muso (“y de todas las cosas que te traiga el beso irrepetible de sus labios…”), escoger las palabras para reflejar su grandiosidad infinita (“…guarda las cinco letras de su nombre, sabiendo que no hallarás el diccionario capaz de describirte lo que fuisteis”).

La musa, el musa, el muso es todas mis frases favoritas a la vez, tiene la capacidad insólita de mezclar mis momentos a su antojo. Así, de pronto, me encuentro entre los brazos de la musa, el musa, el muso, con el vestido azul que me regalaron cuando cumplí seis años puesto. Llevo mis francesitas blancas y mi collar de bolas verdes, que la musa, el musa, el muso me arranca al acariciarme por encima del sujetador. Su omnipotencia no es correlativa, sino simultánea, por eso es imposible describir nuestros encuentros. Por eso no sé si lo he soñado, y me sorprende encontrármelo vivo cada jueves, dispuesto, otra vez, a reencarnarme en mí misma.

La musa, el musa, el muso no sabe que es mi musa, mi muso. No sabe que es mi lingüística emocional, que gracias a él escribo lo importante entre paréntesis y sólo entrecomillo las frases que valen la pena.