domingo, 23 de junio de 2013

SOBREVIVIR

Será porque todavía soy muy joven, o al menos lo soy más de lo que me siento a veces - y menos de lo que creo otras, hay que decirlo-, que no estoy nada acostumbrada a ser una superviviente. La sensación más rara del mundo es para mí hoy, revivir aquella noche como único testigo. Yo no estaba sola, pero hoy sólo quedo yo. Sólo han pasado siete años y ya han pasado siete años, y toda la responsabilidad del mundo recae sobre mí, porque ya sólo yo puedo contarlo. Hace un año habría dos versiones. Hoy hay una. Sólo la mía. 
Hace un año sé que la otra parte estaba recordando su propia versión, porque dentro de la tragedia enorme en la que se ha convertido esta fecha, la historia que ahora sólo es mía forma una parte importante y condicional de cómo la persona que no está hoy por primera vez vivió la tragedia de aquel San Juan, de un modo que hoy se me antoja casi negligente, obviando por completo que la tragedia última, la definitiva es la de uno mismo. El final de la propia vida parece no existir cuando es la vida de otros la que acaba. El suyo estaba tan cerca que me da miedo pensar en haberlo besado en tales circunstancias. Era imposible suponerlo, como también debía ser imposible suponer que nunca nadie de nosotros iba a morirse. Pero a mí, sinceramente, no se me pasó por la cabeza. 
Y siento pánico, porque, desde hace sólo unos meses, al recordar aquella noche, me veo sola en la cama. Pero no, juro que yo no estaba sola. Él también estaba, aunque hoy no esté. Aunque hoy, de los dos, sólo quede yo.