martes, 29 de noviembre de 2011

DESPERTAR

Nunca duermo cuando me dan una mala noticia. Nunca duermo por preocupación, porque busco soluciones en todos los resquicios de mi cerebro y porque si no las encuentro se me inflaman las meninges y me empieza a doler la cabeza (y a mí, el dolor de cabeza no me deja dormir). Pero sobre todo no duermo para no tener que despertarme.

Lo malo, lo peor de las malas noticias, de las cosas que pasan y tú no quieres que pasen, es el momento en el que tras una noche de sueño, despiertas en ese limbo de inocencia en el que eres ignorante de ti mismo. Entonces, después de esos tres benditos segundos concedidos por la madre fisiología, te acuerdas. Recuerdas quién eres, donde estás y, de repente, bum. La mala noticia. Es horrible. Es como estar oyendo algo terrible un montón de primeras veces, día tras día, mañana tras mañana. Una especie de condena en diferido que no te deja escapar.

La duración del sufrimiento mañanero es proporcional a la cantidad de tristeza que te produzca el suceso o mala noticia.


Voy a necesitar mucho café.