viernes, 23 de octubre de 2009

ÉL Y ELLA

Él se llamaba como ella. Y eso a ella le parecía, si no premonitorio, al menos, significativo. Él, sin embargo, no se había parado a pensarlo tan siquiera. Y es que, en realidad, poco más que el nombre tenían en común.

Ella se preguntaba constantemente qué había pasado para que lo suyo no pudiera ser, y él se preguntaba qué le pasaba a ella desde que aquel día, borrachos, se habían besado. Eso sí, los dos tenían en común esa manera de pensamiento unilateral y los dos eran incapaces de saber qué sentía el otro. Ni siquiera ella, que tanto presumía de intuitiva, podía ponerse en el lugar de él. Él, por su parte, tan indeciso y receloso, tenía miedo de pensar en general y de hacerlo en ella más concretamente. Precisamente para eso, para no pensar, él besaba a muchas otras. Ella, al contrario, pensaba en él cuando otros la besaban. A ella el recuerdo de él se le convirtió en algo cotidiano. Pero él, sin recordarla, no la olvidaba tampoco y, en los momentos del día en los que casi nadie piensa en nada, se sorprendía recordando ese gesto que ponía ella al contarle los secretos.

Y así, esquivando la verdad de su atracción, vivían ella y él, contándose sus vidas al completo, menos lo más importante. Agarrándose al demasiado tarde cada vez que veían al otro con otra persona y al somos amigos cada vez que, de copas, se abrazaban más de la cuenta.

No fueron infelices él y ella. Y, a pesar de todo, esta es una historia triste.

martes, 20 de octubre de 2009

LO QUE VOY A SOÑAR HOY

Me voy a la cama
para soñarte
las míseras ocho horas
que el día
nos deja,
condescendiente,
para nosotros
solos.

Quédate conmigo,
que equivocarse,
a veces,
también es
acertar.

martes, 13 de octubre de 2009

EL ROJO, EL VERDE Y EL NEGRO

Ella está tumbada en el sofá rojo,
la cabeza de lado
sobre la manta verde
que tango le gustaba.
Yo alargando la espera
y empeñado en negar lo que ya es cierto,
entré en su habitación
para pedirle el libro
que ayer leímos juntos y escapar.
Pero estoy a su lado
y le acaricio el cuello, víctima
de una contradicción
que no sé si quiero resolver
ni cuánto va a costarnos. Me pregunta:
Dime cuándo has sido feliz.
Le respondo que ahora.
Y cuándo más infeliz.
También ahora.
Se aparta el pelo negro de la cara,
entonces lo tenía algo más largo,
y me dice:
Pensaba que venías a salvarme.


Rafael Suárez Plácido

lunes, 12 de octubre de 2009

CONTAR MENTIRAS

No puedo escribir sin hacer literario mi discurso, sin adornar con metáforas lo que es sólo mi forma de ver las cosas, que es, en sí misma, tan poquita cosa, que no da para más que un par de poemas de argumento manido y redundante cada vez que se me pasean las musas desvestidas de verde por la cama.

Y aun así, con musa y todo, casi nunca digo lo que quiero. El arte no es un acto altruista, es todo lo contrario. No se escribe para los demás, ni a los demás; se escribe para uno mismo, a uno mismo. Por eso, no ser capaz de decir exactamente lo que quiero resulta tedioso y frustrante.

Escribir no es una cuestión de talento, sino de capacidad de magnificación , eso sí, previo coqueteo con Moleskine, por aquello de tantear el terreno. Convertir lo cotidiano en maravilloso y sugerente, lo universal en íntimo y un polvo cualquiera en una unión metafísica excepcional. Eso es escribir. Y eso lo puede hacer cualquiera, porque cualquiera sabe contar mentiras.

Las verdades son más difíciles. La idiosincrasia de la creación artística es ideal por definición. Lo que se dice para otros, a otros, a los otros de verdad… las palabras reales, esas, no tienen codificación, no pueden escribirse.

martes, 6 de octubre de 2009

LO QUE SOÑÉ HOY

A veces, recuerdo en sueños cosas reales que tenía olvidadas, que se convierten, de pronto, en algo formalmente importante, distinto. Me hacen, sí, voy a decirlo, un poco más feliz (lagarto, lagarto) y no alcanzo a comprender el extraño mecanismo que me produce esa sensación de tranquilidad nueva. Supongo que tendrá que ver con la relación intrínseca que establezco entre el no-olvido y la razón existencial, pero sólo lo supongo, porque, en realidad, y esto es un secreto, he de confesar que, cuando ya el asunto ha dado un número determinado de vueltas por cada una de las partes de mi freudiano yo estructural, empiezo a dudar de la veracidad misma del acontecimiento en cuestión, ya no sólo en la realidad pasada, sino en el sueño mismo. Vamos, que la felicidad, de tanto pensarla, se me olvida.

Y hablando de felicidades, digo yo, que a lo mejor es contagioso lo de ponerse contento. Eso, o que la necesidad de estar (aunque sea sospechosamente) bien es, a veces, tan imperiosa que una necesita alegrarse por cualquier cosa. Umm... no... me quedo con el contagio. Con el contagio, o con que, tal vez, que otros estén (aunque sea sospechosamente) bien tiene que ver directamente con mi concepto de justicia (sí, existe y yo voy a créermelo). Ya tocaba.

Mientras tanto, sigo viendo suicidios cercanos a diario, que me hacen pensar que esto de no decir nada tiene que significar necesariamente que yo misma estoy muerta. O que soy yo la que me voy a acabar suicidando. En Covadonga. Después de una misa.
-----