viernes, 23 de octubre de 2009

ÉL Y ELLA

Él se llamaba como ella. Y eso a ella le parecía, si no premonitorio, al menos, significativo. Él, sin embargo, no se había parado a pensarlo tan siquiera. Y es que, en realidad, poco más que el nombre tenían en común.

Ella se preguntaba constantemente qué había pasado para que lo suyo no pudiera ser, y él se preguntaba qué le pasaba a ella desde que aquel día, borrachos, se habían besado. Eso sí, los dos tenían en común esa manera de pensamiento unilateral y los dos eran incapaces de saber qué sentía el otro. Ni siquiera ella, que tanto presumía de intuitiva, podía ponerse en el lugar de él. Él, por su parte, tan indeciso y receloso, tenía miedo de pensar en general y de hacerlo en ella más concretamente. Precisamente para eso, para no pensar, él besaba a muchas otras. Ella, al contrario, pensaba en él cuando otros la besaban. A ella el recuerdo de él se le convirtió en algo cotidiano. Pero él, sin recordarla, no la olvidaba tampoco y, en los momentos del día en los que casi nadie piensa en nada, se sorprendía recordando ese gesto que ponía ella al contarle los secretos.

Y así, esquivando la verdad de su atracción, vivían ella y él, contándose sus vidas al completo, menos lo más importante. Agarrándose al demasiado tarde cada vez que veían al otro con otra persona y al somos amigos cada vez que, de copas, se abrazaban más de la cuenta.

No fueron infelices él y ella. Y, a pesar de todo, esta es una historia triste.

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