martes, 6 de octubre de 2009

LO QUE SOÑÉ HOY

A veces, recuerdo en sueños cosas reales que tenía olvidadas, que se convierten, de pronto, en algo formalmente importante, distinto. Me hacen, sí, voy a decirlo, un poco más feliz (lagarto, lagarto) y no alcanzo a comprender el extraño mecanismo que me produce esa sensación de tranquilidad nueva. Supongo que tendrá que ver con la relación intrínseca que establezco entre el no-olvido y la razón existencial, pero sólo lo supongo, porque, en realidad, y esto es un secreto, he de confesar que, cuando ya el asunto ha dado un número determinado de vueltas por cada una de las partes de mi freudiano yo estructural, empiezo a dudar de la veracidad misma del acontecimiento en cuestión, ya no sólo en la realidad pasada, sino en el sueño mismo. Vamos, que la felicidad, de tanto pensarla, se me olvida.

Y hablando de felicidades, digo yo, que a lo mejor es contagioso lo de ponerse contento. Eso, o que la necesidad de estar (aunque sea sospechosamente) bien es, a veces, tan imperiosa que una necesita alegrarse por cualquier cosa. Umm... no... me quedo con el contagio. Con el contagio, o con que, tal vez, que otros estén (aunque sea sospechosamente) bien tiene que ver directamente con mi concepto de justicia (sí, existe y yo voy a créermelo). Ya tocaba.

Mientras tanto, sigo viendo suicidios cercanos a diario, que me hacen pensar que esto de no decir nada tiene que significar necesariamente que yo misma estoy muerta. O que soy yo la que me voy a acabar suicidando. En Covadonga. Después de una misa.
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