viernes, 23 de abril de 2010

PURPURINA

A M.

La mujer extraña de ojos claros se ata el pelo con una goma con plumas y purpurina, pasada de moda, y, sin embargo, nunca en distonía con el paisaje que se adivina a través de la puerta transparente del ascensor.
Llega, saluda desganada mientras unta la mantequilla salada en el pan marrón y le da un mordisco, sin saber que para él, sentado en la última silla del final de la mesa grande, todo el atractivo del mundo se ha concentrado en ese gesto suyo. Cuando termina de comer, se levanta, enjuaga la taza y regresa con ganas al trabajo. No porque éste le resulte especialmente complaciente, ni siquiera divertido ni llevadero. No le gusta, pero la aleja.

Es inteligente la mujer extraña de ojos claros. Es inteligente y poseedora de una de esas bellezas que intimidan. Es el tipo mujer que todo hombre desea en secreto, el tipo de mujer que convierte en atractivo lo cotidiano. Pero ha perdido. Y está perdida. Y lo sabe.
Reza en secreto para que le alarguen la jornada, para no tener que volver a una vida que no ha buscado, pero que es la suya. Trata de sonreír cuando les habla de sus hijos a sus compañeras de trabajo. Se odia cuando no puede hacerlo. Se odia cuando lo hace.
No sabía que esto fuera a ser así, ella que es todo inteligencia y ojos claros, enormes; y, sin embargo, es. Y es tan difícil, tan raro, no tener motivos para sentirse así y no poder remediarlo de ninguna manera conocida.

Su cabello, castaño, es fino. Y, cuando se levanta de buscar un zapato perdido debajo de alguna cama, se da cuenta de que ya no lleva la goma. "Shit!" piensa, y vuelve a la sala de descanso a buscar algo con que recogerse el pelo.

Entonces, lo ve. Y, por primera vez, se miran.

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