viernes, 18 de junio de 2010

DE LA SOFISTICACIÓN Y OTROS DEMONIOS

Es curiosa (no es ese el adjetivo, pero me gusta precisamente por inexacto) esta ineptitud tan absoluta a la hora de buscar. La falta de precisión en el establecimiento de preceptos condicionantes para saber qué desear no puede ser nunca una virtud, y, sin embargo, socialmente (o en la franja social que me influye más directamente, con la que me siento identificada) está, más que aceptado, bien visto ser difuso. Como si se pudiera.
A mí, personalmente, me acojona el aplomo de la gente. Y el que finjo más aún. No entiendo el afán desmedido de complejidad que nos empuja a disfrazar la realidad de "quiero nada", cuando llevamos pintado en la frente exactamente qué queremos (que suele ser todo), cuando no somos capaces de marcharnos sin volver la cabeza para llorar lo que dejamos atrás. Lo único que nos distingue de lo que, para nosotros, es el resto de la gente es, precisamente, el creernos diferentes. Y me pregunto si eso no nos hace peores.

En el fondo es fácil, y es una cuestión de no mostrarse vulnerables. El más arcaico de los mecanismos defensivos es el que utilizamos como síntoma (sí, esta sí que es exactamente la palabra) de transgresión inofensiva, pero necesaria con el mundo. Como si el que nuestros modos de pensar fueran menos prefabricados que los de los otros, los que viven diciendo lo que esperan, nos hiciera no sufrir lo mismo (más) que ellos.
Encontrar sin buscar no es posible. Alguien que no recuerdo me lo dijo alguna vez, que esperar es también una forma de buscar. Pero nos empeñamos en no llamarlo así, en vivir en una ignomia constante, a la que le hacemos la concesión de la casualidad de vez en cuando para justificar los momentos felices, como si éstos no fueran cosa nuestra, como si no fueran con nosotros, eternos y estoicos abstemios del acto de fe.

Y luego está la estrategia contraria, el analfabetismo funcional acompañado por la verborrea absurda del qué se supone que busco, discurso caracterizado casi siempre por la necesidad de ensalzar los valores de la no-posesividad y la libertad creativa y sexual; cuando secretamente, sólo muy secretamente, en el fondo, esperamos a alguien que nos aleje de esas trampas, que nos ate a algo más convencional. Acabamos, paradójicamente, queriendo ser uno más, porque la felicidad es, al final, un sentimiento común, nunca reservado para ti y los que son como tú (que, en este caso, tienen tendencias diametralmente opuestas).


Somos gilipollas, ésa es la conclusión. Somos gilipollas, pero disfrutamos de ello y, al final, es lo que importa. Que en nuestra infelicidad, en nuestra inconformidad, somos felices y estamos conformes, pero siempre en la intimidad del uno mismo. Nunca gritaremos a los cuatro vientos que la vida nos sonríe. Eso sería dejar de ir de sofisticados por el mundo. Antes muertos.

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